El conservacionismo menorquín hizo que la infraestructura turística adoptara unas dimensiones respetuosas con el entorno. Esto propició una mejor integración del mundo local en el ámbito turístico. Y así, en Menorca, el turismo siempre se ha entendido desde el enriquecimiento mutuo, entre visitantes y visitados.
Menorca es un pequeño y mágico mundo donde fluye una energía diferente. El enigma de los Talaiots, o la cultura del caballo y sus tradiciones, forman parte de un patrimonio cultural único con unas raíces extraordinariamente profundas. Un mundo particular, que nos traslada a épocas pasadas del hombre.
Viajar a Menorca es retroceder a una isla de espacios naturales inalterados, que conservan su belleza originaria. Volver a vivir un mundo sereno, jovial y despreocupado, la vida amable de la gente mediterránea. Y sumergirse en una herencia cultural omnipresente, como un museo al aire libre.
Así es Menorca. Tal vez por eso dicen que, cuando vas, vuelves.